El Imaginero

ESPACIO-DIFUSIÓN

12.30.2005

Gunnar se encuentra insomne



Hace dos días que mi duende descansa bajo la cama aromatizando su limbo con la pezuña de mis zapatillas sucias. No le importa, es más prefiere morder las suelas del cómodo calzado ennegreciendo así sus sarrosas encías.
Ayer escupió mi trabajo de investigación reclamándome con maldiciones el porqué ando muy distraído con él. Perpetuó un largo grito que despertó a mi madre, quien bajó inmediatamente al jardín pensando que algo sucedía. Gunnar la escuchó y me entregó el sable rosa, herencia de su padre, para finiquitar su inquietud.
Por suerte mamá no se acercó al San Pedro siete puntas.
A veces pienso que Gunnar prefiere estar solo, en otras ocasiones creo que quiere beber conmigo su apetitoso amoniaco que guarda en su cilíndrica botella azulada.
Pero hoy no quiere nada.
Anoche lo escuché aullar sobre el techo de calaminas que cubre mi dormitar. No le hice caso, seguro buscaba en sus lamentos a esa ninfa de cabello negro que se llevó su corazoncito de mercurio.
Siempre maldice al que se acerca, piensa que pueden utilizar sus habilidades para fines benéficos. Cosa que él detesta.
Cercano el crepúsculo de mañana, Gunnar me hace una pregunta que aún no puedo responder. Será cuestión de entender si es que el momento de perecer ha llegado.
¿dónde quedaron aquellas lágrimas indiferentes a tu partida?
¿dónde está su regalo de navidad?
Gunnar descansa abrazado a su carta dirigida a Papanoel. No tiene media donde guardarla, se la comió de entremés junto a las galletas que guardó para el viejito bonachón. Está vez no llegará su ansiado obsequio.